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Miguel Rodriguez Sepulveda

Dialéctica del escupitajo o un preludio de la violencia. Yunuen E. Díaz

Siete minutos de escupitajos directos a la cara componen el Preludio de Miguel Rodríguez Sepúlveda. Este video nos recibe en una de las  salas del Museo de la Ciudad de Querétaro a la que pocos se atreven a ingresar. Desde el filo de la puerta, los asistentes se detienen a observar a una pareja de escupidores que con estoicismo reciben los lanzamientos del oponente. La mayoría solo se queda al primer round; los más valientes aguantan la grabación completa, aunque varios de éstos reportan haber sentido su estómago revolucionar tras someterse a ese despliegue de expectoraciones. Nadie se queda inmune ante el escupitajo: se trata de una agresión que si bien el espectador no recibe de manera directa, resiente por una especie de reflejo corporal, una identificación sensorial que se desata cuando se presentan experiencias límite; ésta, de algún modo, lo es. La emisión-recepción de esta agresividad nos pone en situación de vulnerabilidad. La obra nos altera de manera inmediata, quizá aún más porque nos parece familiar. Pero la obra no busca únicamente esta desfiguración sensorial; no es una simple catarsis donde podamos dejar salir nuestros impulsos tanáticos —un ataque aguerrido al espectador, una ofensa primaria—, sino que despliega ante nosotros un entramado social del que no dejamos de formar parte. Esta pieza incluida en  la exposición Visible Invisibilización, curada por Gabriela Martínez y Said Dokins,  reflexiona, como toda la muestra, sobre la violencia que vivimos en el contexto latinoamericano.


Mi primera lectura de la obra me permitió acercarme a ella como fenómeno cultural: la corrupción, el clasismo, el arribismo son parte de las variadas formas en las que nos escupimos unos a otros. Se trata de la violencia como forma de ser, ethos que nos condena a estar envueltos en una ley del talión interminable, eterno retorno de las condiciones anómalas de una sociedad desgarrada. Desde las muestras sutiles de los empujones en el metro a los descuartizados que aparecen embolsados junto a la carretera, nos enfrentamos a un contexto social que ha asumido a la violencia como una forma de vida. Te escupo, me escupes, te grito, me gritas, te ignoro, me ignoras, dialéctica que nos confronta con escenas cotidianas en las que el diálogo queda avasallado por el impulso violento.


Una búsqueda más detallada me llevó a encontrar que este video fue realizado a partir de una convocatoria alCampeonato Nacional de Escupitajos llevado a cabo en Junio de 2013 en Casa Vecina, convocado por el artista. La obra de Miguel Rodríguez Sepúlveda me pareció interesante en esta especie de experimento social, de investigación sociológica sobre un proceso de violencias acordadas dentro de un espacio designado, no como mera ficción, sino como muestra de un despliegue de fuerzas donde lo que se juega es la capacidad para aguantar la ofensa, develando una profunda raíz de nuestra cultura: el mito del macho que se aguanta.


El concurso anunciaba: “El objetivo es tolerar la mayor cantidad de escupitajos en la cara sin hacer expresión alguna o eludirlos, esto incluye emitir cualquier tipo de sonido o expresión. Gana la ronda quién no haga gestos”. Éste se organizó en partidos por pareja donde cada uno, sentado frente al otro, escupía a la cara del oponente con indiferencia para poder  obtener el premio de $10,000 pesos.


Como en las obras de Santiago Sierra, hay un elemento mórbido que es parte de la obra. Una supuesta recompensa hace que una persona se someta a algo que normalmente le parecería inaceptable. Pero aquí, más que el dinero que se presenta como motivante inicial, pareciera existir un juego mucho más oscuro, unas motivaciones mucho más escondidas, opacas incluso, como si los participantes quisieran  autoafirmarse a través de este ejercicio, mostrar como su hombría se mantiene inmune ante la humillación, o acaso, como se puede asumir la humillación con entereza heroica y esto es totalmente cultural. Éste “aguantarse” que se identifica con el “macho mexicano”, con “el que no se raja” nos habla de una persistencia del imaginario colonialista en el que el indio, al no poder tener un enfrentamiento frontal con sus opresores, se aguantaba para demostrar o aparentar al menos, que esos golpes no eran nada para su cuerpo, minimizando así, al menos simbólicamente, el poder que estos tenían sobre su persona.


Lo que vemos en la obra son los residuos de una patológica relación con los otros, sometimiento, revancha, establecimiento de un código en el que aguantarse es entendido como confrontación simbólica, resultado de un proceso de violencia en el que cada cual busca imponer al otro su poder; dialéctica del amo y el esclavo, que sigue vigente en nuestra cultura de aparente libertad y democracia.


No se puede negar que hay algo de cinismo en la obra. Su trasgresión no consiste tan sólo en develar las latencias agresivas de los individuos, sino en hacerlas evidentes a un público que asiste a los museos sin pensar que,por ello, estará expuesto a un proceso de violencia, pero en este aspecto es muy contundente: es una pieza que aborda el tema de la violencia violentando al espectador de manera sensible. El asco aquí es un activador sensorial que desorganiza la racionalidad cotidiana; el asco no proviene sólo de una reacción corporal, sino que es una construcción cultural. El asco es una respuesta de repudio. Aquí es el repudio del otro, de sus flujos, los cuales son percibidos como sustancia amenazante, no sólo de la salud, sino de una estructura completa que se basa en principios de individualidad e higiene. Asco que desorganiza nuestra estructura perceptual confrontándonos con un imaginario social. En esta obra, el mito del “macho aguantador” aparece frente a nosotros en su persistencia y  actualidad. Cabe agregar que no sólo se trato de hombres, sino que hay también mujeres participantes en el concurso.


Pero no hay que olvidar que esta supuesta valentía del que “se aguanta” no es más que la expresión de alguien que, al no encontrar los medios para realizar una afrenta real que le libere de la agresividad recibida, transforma simbólicamente su humillación en indiferencia. Dadas las condiciones en las que vivimos actualmente, es interesante notar este hecho. Este Preludio que nos presenta Miguel Rodríguez Sepúlveda nos confronta con este momento histórico en el que parece no haber una salida real a los problemas que confrontamos. Los altos índices de violencia nos muestran una sociedad vulnerada y vulnerable aún, sin capacidad de dar respuesta a nuestra urgentes necesidades. No es la violencia per se, sino una válvula de escape a problemas que parecen irresolubles. Tal vez esto nos indique porque las marchas se vuelven cada vez más violentas en nuestro país; el gobierno toma medidas cada vez más agresivas y, al mismo tiempo, las manifestaciones se exacerban; es la dialéctica del escupitajo lo que se revela, más que como cuestionamiento, como evidencia de un momento histórico en el que lo único que tenemos de cierto es que somos violentados y  no hemos hallado la manera de frenar esta espiral avasalladora.


Yunuen E. Díaz


Publicado en  Revista digital registromx octubre de 2013

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